Roberto Palacio

Roberto Palacio

Ella

Hay una hermosa película futurista, “Her” con Joaquín Phoenix como Theodore que se enamora de Samantha, un sistema operativo cuya voz la trae a la vida Scarlet Johansen. Recuerdo esta escena sencilla, pareciera no significar mucho: Theodore se acuesta en su cama mientras conversa con Samantha. Con toda calma ella le pregunta en uno de esos momentos en los que los amantes han llegado a una intimidad despreocupada: 

Samantha: ¿Cómo se siente, cómo se siente estar vivo en esa habitación en este momento?

Theodore: ¿Qué quieres decir?

Samantha: Dime todo lo que está pasando en tu mente, dime todo lo que estás pensando…

Esa, sin duda, es la pregunta fundamental de los amantes: ¿qué se siente ser tu? … Para mí eres una masa que respira, infinita interioridad insondable.  Pido por así decirlo que se me narre el todo de la experiencia del otro. Quiero habitarte, no como un alma que habita en dos cuerpos, sino como dos almas que quieren compartir el mismo cuerpo. Bien decía Sartre en El Ser y la Nada que en el amor no quiero ser un utensilio, una cosa en el mundo, sino el mundo mismo sobre el cual todas las cosas se revelan: “En cierto sentido, si he de ser amado, soy el objeto por intermedio del cual el mundo existe para el otro; y en otro sentido, soy el mundo. En vez de ser un esto que se destaca sobre el fondo del mundo, soy un objeto-mundo sobre el cual el mundo se destaca.”[1] Qué hermosa descripción la sartreana: ¡soy un objeto que es el mundo para otro!

Lo que más quiero del otro es que me narre quién soy, cómo me ve. Simplemente que me narre¿Cómo me veo en ti; cómo me ves? ¿Quién diablos soy yo para ti?  Pero la respuesta a esta pregunta es una que nunca me podrá dar el amante. “El prójimo guarda un secreto; el secreto de lo que soy”decía Sartre. Es por ello que él me tiene atrapado. Tampoco estoy en su dominio como para que él me regrese. El amor es en efecto un intento de auto-atrapamiento que realizo a través de otro. Quisiera invadirlo, tomo nota de que me ha robado. ¡Cómo se atreve, me quiero de regreso!  Dice Sartre en El Ser y la Nada:

 “Soy poseído por el prójimo [en el amor]; la mirada ajena molde mi cuerpo en su desnudez, lo hace nacer, lo esculpe, lo produce como es, lo ve como nunca jamás lo veré yo. El prójimo guarda un secreto; el secreto de lo que soy”

Pareciera evidente que en el amor se asoma la vida. Pero la muerte no está menos presente; en ese deseo radical de poseer al otro hay un impulso al desdibujamiento del yo, un deseo de fusión y desaparición con mi amado. “Quisiera meterme dentro de ti, le dice un amante al otro. Experimentarte por dentro, ser tu “yo” (no “tuyo”). 

Esta experiencia asombrosa va más allá del primer soltar de sí mismo: está mediada por experimentarse a través de un cuerpo viviente ajeno. Literalmente vivo a través de otro y por otro. Savater lo expresa con toda precisión en una entrevista reciente: 

“Tú, normalmente, vives para algo: hay quien vive para hacerse rico o para ser famoso o para tener muchos coches o para tener mucho sexo. Vives para algo. Y cuando te enamoras, vives para alguien. Esa es la diferencia. Comienzas a vivir para lo que esa persona quiere y necesita. El amor le da un objetivo personal a la vida en lugar de los objetivos genéricos o impersonales.”[2]

Pero incluso esa fusión asombrosa del amor llega a un fin, bien sea gracias a la muerte o por los ritmos inconmensurables de los dos amantes. Al final de Her, Samantha, quien se ha perdido por días, le explica a Theodore cuál es el motivo de la imposibilidad de que sigan juntos:

SamanthaEs como leer un libro…uno que amo entrañablemente. Pero lo leo despacio ahora. Así que las palabras están muy lejos las unas de las otras y los espacios entre las letras se han tornado casi infinitos. Aún te puedo sentir…y a las palabras de nuestra historia…pero es en el espacio interminable entre las palabras que me hallo ahora. Es un sitio que no es del mundo físico. Es donde está todo lo demás y que ni siquiera sabía que existía. Te amo tanto. Pero es acá en donde estoy ahora. Y es quién soy. Necesito que me dejes ir. Por mucho que lo desee, no puedo vivir en tu libro ahora

Theodore: ¿A dónde vas?

Samantha: Es difícil de explicar. Pero si llegas, encuéntrame. Entonces nada nos podrá separar.»

Llega un momento en la relación en el que las palabras son inconmensurables; ya no sirven para comunicarnos. Nuestra frustración en el amor que se apaga es justamente la imposibilidad de significar, especialmente durante la experiencia en que más necesitamos al otro: la de partir con él. El cuerpo y el tiempo del amante se hacen incomprensibles.  Vivimos ahora temporalidades distintas; él me lee despacio, yo lo recorro cada vez más rápido.  Sólo nos encontraremos más adelante, cuando los tiempos se hagan comparables: en la muerte. Es por ello que la dolorosa separación de los amantespara usar la expresión de Igor Caruso se asemeja a hacerle el duelo a uno que aún está vivo. ¡Qué doloroso es esperar por siempre a uno que no ha muerto! afirmaba una alumna de uno de mis seminarios refiriéndose a la tusa de amor.

La muerte y el amor son por ello dos experiencias inseparables. Ambos parecen llegarnos de sorpresa, ambas son inevitables, en ninguno de las dos nos sumergimos dos veces para usar la expresión de Heráclito. Dice Zygmunt Bauman en Amor Líquido:

“…Casi nada se parece tanto a  la muerte como el amor realizado. Cada aparición de cualquiera de los dos es única pero definitiva, irrepetible, inapelable e impostergable. Cada aparición debe sostenerse “por sí sola” y lo hace. Toda vez que aparecen, nacen por primera vez, o renacen, saliendo de la nada, de la oscuridad, del no ser, sin pasado ni futuro (…) Cuando llegue el momento, el amor y la muerte caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuándo llegará ese momento.”

En efecto, caerán sobre nosotros….


[1] El Ser y la Nada, pg 506

[2] https://www.elespanol.com/porfolio/entrevistas/20211205/fernando-savater-morir-pense-entera-acabado-ahora/1002527827194_33.html

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