La mejor forma de describir mi propio pensamiento es a través de una metáfora. Imaginemos esto: somos alpinistas en las altas montañas. Deseamos tender una cuerda entre dos riscos o cimas distantes. Acá me referiré al pensar como un ejercicio de asociación. No sugiero que este sea todo el pensar. Pero tomemos sólo este aspecto como hizo en el siglo XVIII David Hume. Imaginemos entonces que estoy entre las cimas, aprovisionado de cuerdas. El reto: tender una cuerda entre dos riscos, uno en el que estoy y otro que diviso. Supongo que lo haré de una forma o de otra; de hecho, nunca dejo de hacer el esfuerzo. El poder divisar o entrever el otro risco me dice que la conexión es posible, o al menos con ese punto de partida arranco. De hecho, ver el otro risco en cierta forma me dice que ya hay una conexión, sólo que no la he descubierto. Esto no quiere decir que no me pueda equivocar; son muchas las veces que esta especie de “intuición” es errónea. Como en un sueño, en algún momento estoy parado en ambos riscos, intentando tender la cuerda hacia el otro: ambos son míos, en ambos me paro. Hay algo de ansiedad en esta etapa. Pero por más afán que haya de afirmar una conexión, no me apuro en decir que hay vínculo donde no lo hay…no quiero terminar haciendo “just-so stories”, conexiones ad hoc para cualquier par de ideas, que se sostienen sin importar qué.
Hago intentos de tender la cuerda, de arrojarla lo más lejos posible. En esta etapa la imaginación está activa, como si buscara algo con desespero, un momento que se asemeja a la imagen que alguna vez diera Wittgenstein de la mosca que se golpea una y otra vez contra el vidrio en su intento de escapar de la botella. Arrojo entonces la cuerda. ¡Al fin! Considero su consistencia. Si la cuerda ha llegado al otro lado, pero ha quedado muy endeble, me parece sólo un error mío, un exceso de imaginación, una asociación demasiado prolija. No caminaré por algo que no me produce seguridad. Me aburre esa contextura. ¿Cómo sé si el tendido es débil? Intento imaginarme explicándole esta idea a otro: si siento que tendré que salirme de mi camisa para hacerlo, no es fuerte el lazo.
Si la cuerda ha llegado al otro lado y es fuerte, establezco una conexión ante la cual aparecen otros tendidos, otras cuerdas entre las dos ideas casi de manera automática, sin yo proponerlo. Crece una red ante mis ojos. Se trata de asociaciones del tipo; ahhh, por eso también pasa que… Esas nuevas cuerdas me parecen una confirmación de que hay y había conexiones desde el comienzo El pensamiento increíblemente se anticipa a sí mismo y pareciera que sólo descubrimos lo que ya sabemos en este trabajo arduo con nosotros mismos que se llama pensar. El famoso ensayista George Steiner, quien ha llegado hasta la minucia en los detalles en su labor de diseccionar el pensar, describe así esta peculiaridad temporal:
“En muchos casos es como si la causa viniera después del efecto. Los actos de pensamiento parecen seguir a sus representaciones espontáneas y no premeditadas que luego el pensamiento “figura” para sí mismo en el tiempo pasado del verbo”[1]
El pensamiento hasta cierto punto ya sabe lo que encontrará.
Pensar en esta etapa es tender una retícula sobre una serie de cuestiones que son profundamente imprecisas. El pensar afina los problemas y los puntualiza para que yo mismo y otros los puedan examinar. Pero e los momentos iniciales de la conexión entre dos ideas apenas si podemos concebir los nuevos problemas, y las ideas nacientes se escapan muy fácilmente hacia la disolución. Si no se tiene cierta disciplina, será difícil incluso retomar el hilo de un pensamiento porque todo carece de nombre y denominación.[2]
No quiero con ello dar una imagen constructivista radical, no nos inventamos la realidad, pero si en un sentido muy enfático le vamos dando forma. Una cosa clara nos enseñó Kant; la realidad no es un dado, no es un algo absoluto sino algo parcialmente aportado por el que piensa.
Esas nuevas asociaciones que se van fortaleciendo no sólo son un deleite; me permiten saber si la idea tiene asidero. En general, entre más cosas pueda traer a ese puente y logren pasar, más firma considero mi puente. A l contrario de un mecanismo físico que se desgasta con el uso, el pensar se fortalece con su propio ejercicio.
Lo que sucede luego de haber establecido esa conexión que siento fuerte es que me la llevo conmigo, la repito por días, la comparto con otros y me imagino cómo formularla de diversas maneras.
Un ejemplo de este proceso es de la mayor pertinencia. En estos días, viendo las noticias de dos masacres en EU, ambas con un fuerte componente de mensajes que sus jovenes ejecutores “postearon” por las redes pero que nunca vociferaron a persona alguna, considero si es posible esta idea: las redes no están canalizando aspectos de mi vida interior; son aspectos de mi vida interior. Me pregunto si hay alguna evidencia de que exista una gran máquina pública y colectiva que funcione como un aspecto colectivo de la subjetividad de muchas personas. Mil preguntas como esta me asaltan ¿hay algo similar a una mente colectiva? Estoy viendo los dos riscos, y la cuerda está tendida pero no sé si sea fuerte. Suenan ecos de otros razonamientos como el del filósofo sueco Alexander Bard que en una interesante conferencia alguna vez afirmó que quizá Internet sea lo más similar que tenemos a Dios. Recordémoslo, estoy estableciendo una conexión entre “reses sociales” y “aspectos de la vida interior”. Lo repito, la idea es “las redes sociales son aspectos de mi subjetividad, no sólo canales de expresión”.
Por ahora, parece que todo marcha bien. El hecho de que no nos guste dejar mensaje de voz en Whatsapp me interesa: quizá sí sean voces más intimas que nuestra sonada voz pública las que se mueven en las redes. Tal vez la cuerda esté bien amarrada y se pueda caminar. Las pruebas que aduzco a menudo son “subjetivas”, pero no por ello menos fuertes: los chicos que realizaron las matanzas de Buffalo y de Ubalde Texas eran descritos como silenciosos, introvertidos, pero muy activos y agresivos por las redes. Uno de ellos, Payton Gendron, durante su masacre motivada racialmente, por poco le dispara a hombre blanco por accidente ¡y le pide perdón! Oh, sorry. Me llama la atención de manera casi obsesiva este aspecto que revela trazos de su estado mental durante los asesinatos. ¿Está en dos situaciones al tiempo, agresión y su yo manso habitual? ¿Toda nueva forma de agresión semejante es passive-agressive? Las redes se asemejan a un inconsciente en donde la agresión es la norma mientras que en nuestra vida pública somos mansos, “conscientes” y obedientes. En efecto, Payton era un “joven decente”. Nunca hubiera dicho de viva voz las cosas que dijo en sus redes; el nuevo Dr. Jekyll y Mr. Hyde ¿Es su masacre simplemente un esfuerzo por llevar a su vida pública lo que en las redes es desbordado? Trato de pesar por la cuerda todo el peso que pueda; ensayo la generalización más grande. Si esta aguanta, las demás lo harán. ¿Actuaba Payton entonces como un agente virtual sólo que de carne y hueso? Lo considero seriamente: la red en donde cuelga sus mensajes puede haber actuado como un aspecto brutal de su personalidad, lo cual a su vez abre otras preguntas: ¿nuestra bipolaridad es una manifestación partida entre aspectos aún bajo nuestro control y un ámbito que pareciera construido –en las redes- para ser violentos y brutales? Hasta ahora la conexión va ganando. No tendré algo definitivo hasta que no la comparta con otros y observe sus reacciones, poner carga real en la red, no sólo carga de prueba.
Alguna vez dijo Wittgenstein que uno podría escribir un libro de filosofía de solas preguntas. Ahora entiendo claramente que era verdad, aunque seguramente agotaría a los lectores en tiempo récord. El exceso de preguntas no sólo es un agregado retórico que le añade el aspecto de deliberación interna al ejercicio; realmente no hay otra manera de llegar a ciertas conclusiones cuando forjamos nuevas ideas, algo que Sócrates ya había entendido hace más de 2000 años.
Luego vienen toda clase de intuiciones: trato de imaginar a mis conocidos más discretos diciendo de viva voz cosas que sólo dicen en sus cuentas personales. ¿Las redes pueden funcionar como un aspecto del inconsciente? Este es un momento “dialéctico” en el que trato de definir algo por lo que ese algo no es. Suena tonto, pero si se quiere conocer a alguien, basta tratar de imaginar lo que esa persona nunca haría o de hecho nunca hace: reír a carcajadas, ponerse una máscara de Marimonda en el Carnaval y bailar etc..
A menudo los pensamientos nuevos se producen jugando así dialécticamente con palabras, invirtiendo órdenes, llevando algo al extremo. El famoso escritor George Orwell pensaba de manera similar cuando en 1984 llamó el sitio en donde se torturaba a los ciudadanos “El Ministerio del Amor”. Se trata de una radicalidad socrática: de una vez, llevemos la idea al lado opuesto, al peor caso: en el Ministerio del Amor es donde torturan personas. La cuerda tendida se ha estirado alarmantemente, pero no se ha roto. Cuando se coteja con la realidad, no sólo ha aguantado, ha revelado un aspecto de la realidad. Orwell comprendió por medio de estos juegos que la esencia del Estado Moderno era el eufemismo. Se trata en esencia de lo que hacen los caricaturistas: exagerar rasgos para hacerlos más reconocibles, para definirlos. El rasgo de allí en adelante definirá a esta cosa o persona.
Pero no sólo estiramos la conexión, a menudo invertimos lo que se nos da como un dogma incuestionable. Juéguese con esta frase bíblica del Evangelio de Juan: “La verdad os hará libres”. Estanislao Zuleta le da un giro asombroso, invertido con toda una nueva gama de significados: “La libertad os hará verdaderos”, idea según la cual fue la libertad en la antigua Grecia la que forzó el desarrollo de la lógica. A menudo basta cambiar una identidad parcial por una total -como en el caso de mi idea-, o una total por una parcial, o exagerar algo al extremo como en la caricatura o en lo que Zizek llama la deformación anamórfica.
El hecho de que exista este vínculo, que se imprima en mi mente con intensidad, no significa que no se pueda olvidar. Si no se anota –la ensayista Joan Didion alguna vez afirmó que lo más importante para un pensador era cargar una libreta y un lápiz siempre- o hace público, esa conexión se puede olvidar irreparablemente. He perdido cientos de ideas que considero valiosas de esta forma…no regresan nunca. Es una triste paradoja que los pensamientos llegan cuando no los estamos esperando; luego de una larga jornada de pantalla, nos acostamos y las ideas empiezan a aflorar como si la máquina que las produce estuviera aceitada. Así como no se puede forzar al pensamiento a generar ideas, tampoco se puede apagar la actividad fácilmente. Es preciso levantarme y anotar.
En todo este proceso siempre sigo una regla metodológica que hasta ahora me ha funcionado pero para la cual confieso no encuentro un asidero más que el prejuicio. Nunca le sigo la pista a un cliché: que mis derechos llegan hasta donde comienza los de los demás, que si le pones fe siempre te salen las cosas, que tu estado de ánimo lo defines tu y similares simplemente son ideas que no me permiten construir nada sobre ellas. No hay nada más difícil de argumentar a favor de aquello que todo el mundo cree. ¿Qué se destaca de todo este proceso al que le he dedicado varias líneas? Una conclusión crucial en este libro: que el pensamiento funciona alimentado por la razón pero también por la emocionalidad.En este relato hemos visto que es al tiempo ansiedad, aburrimiento, deleite, sospecha, intuición. El pensamiento es razón y emoción en un agregado que define quiénes somos como humanos. No hablo de que es sólo emocionalidad; hoy tenemos la costumbre de decir que somos “superdotados emocionales” y que esto es mucho más importante que poder razonar con orden.
[1] “Diez Razones para la tristeza del pensamiento”, George Steiner pg. 50
[2] Es Dennett de nuevo quien aconseja como “herramienta de pensamiento” en mi mente ponerle nombres a los pasos que sigo al pensar, para que no se pierdan los pensamientos y también ara que pueda con cierta velocidad retomar el hilo de un razonamiento sin tener que llegar a cada etapa de nuevo.